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     Nuestra aventura comienza a finales de 2010. Y digo nuestra, porque aunque este proyecto es mi "bebé", sin la ayuda de Enrique, mi marido, nada de esto habría sido posible. Sin su apoyo incondicional, su gran energía y optimismo este "bebé" no habría podido ver la luz.


     El otoño de 2010 es el punto de inflexión en el que decidimos que es hora de dejar atrás el ritmo de locos que marca nuestro día a día para poner la primera piedra de un nuevo estilo vida en la que nuestro obrador es una parte fundamental, aunque tan sólo una pieza más, de la tranquila existencia que pretendemos llevar en Gomeznarro, un pequeño pueblo de tan sólo 20 habitantes en el que el concepto tiempo es algo sosegado, sin prisa, con la calma necesaria para poder trabajar para vivir y no al contrario, que es lo que veníamos haciendo hasta ahora.


     Todo comienza con una receta, las hojuelas de la abuela Bene,  la abuela de Enrique. Un manjar que ella solía preparar para las celebraciones y reuniones de la familia. Un dulce que ha ido pasando de madres a hijas durante  generaciones.  Algo tan único y especial que decidimos compartirlo y comenzar esta andadura.


     Lo que no sabíamos es que durante los trabajos de acondicionamiento para el obrador en la casa de mi abuela, en Gomeznarro, aparecerían dentro de una vieja caja llena de fotos antiguas varios pliegos de papel amarillentos, con pinta de tener muchísimos años, y que contenían un verdadero tesoro: Eran recetas de cocina,  de las que yo sólo conocía las del mazapán y los empiñonados que suelo ayudar a mi madre a preparar todas las Navidades.


     Fue un verdadero terremoto y el comienzo de una actividad febril elaborando las recetas y dándonos cuenta del tremendo potencial que tenían, de lo bien que hacían las cosas las abuelas, aunque a veces les quitemos mérito y tratemos de convencernos de que lo moderno es mejor. En muchos casos el ayer no está reñido con el hoy y una prueba de ello es nuestro obrador, en el que hemos recogido todas esas joyas de antaño para que sean redescubiertas y valoradas como merecen.


     Habrá quien ahora mismo esté diciendo, vale ya sé cómo empezó todo, pero ¿qué pasa con el nombre? ¿De dónde viene Pecado Artesano? Pues, para ser sinceros, hemos de volver otra vez a las tradiciones familiares, a casa de la abuela Bene durante una de esas incontables reuniones en las que las hojuelas presidían la mesa a la hora del café o la merienda y en las que quién más, quién menos solía decir que comerlas tenía que ser pecado por lo buenas que estaban. Esa anécdota nos inspiró para dar con el nombre perfecto para nuestro obrador.